jueves, 30 de abril de 2020

Noche de Reyes



-¡Mamiiii, tengo sed!
Paula mira a Jorge, su marido y le hace un gesto de pegarse un tiro.
-Cariño, te has bebido un vaso de agua entero hace un rato, duérmete, anda
Espera la respuesta de su hijo, pero ésta no llega. Alex debe de haberse vuelto a dormir. Normal, tiene que estar agotado, piensa mientras vuelve a su tarea, aliviada. 
Jorge y ella están en el salón dedicados a la siempre apasionante tarea de envolver los regalos de Reyes. Todos los años se promete que lo hará los días de antes, para evitarse las prisas de última hora, pero como es de esperar, nunca lo consigue.

Suena un ruido en el pasillo, parecen unos piececitos acercándose. Paula y Jorge se miran con expresión de pánico. Jorge intenta ocultar las pruebas, esfuerzo inútil, ya que el salón está como si hubiera pasado por él una manada de bisontes furiosos. Mientras, Paula salta como si tuviera un resorte en el culo, y corre para interceptar a su hijo antes de que llegue al salón. Llega a él segundos antes de que asomara la cabecita por la puerta.
-Mami, tengo sed.
-Vamos a la cocina a por un vasito de agua.-Coge de la mano a su hijo y le aleja de la escena del crimen. Ha estado cerca.
Ya en la cocina, llena un vaso de agua y se lo tiende a Alex, que lo coge pero no bebe de él, solo se la queda mirando con ojillos somnolientos.
-¿Mami, cuando es mañana?
-Cuando te despiertes, mi amor.
-Y si no me puedo dormir, ¿no va a ser nunca mañana?
Paula no puede evitar sonreír ante la preocupación de su hijo. Recuerda su infancia y la cantidad de Noches de Reyes que también pasó sin dormir, por culpa de los nervios.

Antes de tener hijos tenía claro que si alguna vez los tuviera, no les iba a mentir ni a llenar la cabeza con las tonterías de los Reyes, Papá Noel y esas cosas. Lo que no sabía en esos momentos, es que la maternidad te cambia la mentalidad en muchos aspectos, y que al final acaba pesando más el ver a tu hijo ilusionado y feliz, que todos tus planes anteriores.

-Claro que te vas a dormir, pero si estás que te caes de sueño.-Le dice mientras le quita suevamente el vaso de las manitas y lo deja en la encimera.-Venga que te llevo a la cama y me quedo contigo hasta que te duermas.-Coge a Alex en brazos y se encamina de vuelta a la habitación del Pequeño. Sabe que Jorge la va a odiar por abandonarle vilmente, pero no puede dejar a su hijo solo, en ese momento de dudas existenciales, que está teniendo el pequeño. Total, ya estaba casi todo hecho, solo falta acabar de envolver, colocar los regalos bajo el árbol y recoger todo el salón. Poca cosa…

Paula mete a Jorge en la cama y se tumba al lado de él. Pocas cosas hay en esta vida que le gusten tanto como abrazar a su hijo, y sentir sus manitas, buscándola, agarrándola, como no queriendo que nunca se separe de él. 
Paula teme que algún día eso acabará y que Alex se convertirá en un adolescente con granos y mal genio, para quien dar un beso a su madre será una tortura, asi que disfruta de estos momentos, y los atesora, para cuando tenga que echar mano de recuerdos.
-Mami, cántame estrellita-.Dice Alex mientras pega su cabeza a la de ella.
-Estrellita ¿donde estas?, me pregunto quien serás, en el cielo tan azul, iluminas…-.Y así, juntos y felices, el agotamiento les vence a los dos.

Un ruido despierta a Paula, mira el reloj, son las 5:25 de la mañana. Jorge no puede ser, piensa, ya habrá terminado y estará durmiendo. Que cabron, ya podía haberme avisado. 
Escucha atentamente, quizás han sido imaginaciones suyas. No, está segura, lo ha vuelto a oir, un ruido que viene del salón.
Su cabeza empieza a funcionar a mil por hora, piensa que puede ser desde uno de los regalos que ha volcado, hasta que algún ladrón se ha colado, aprovechando que es una noche en la que todos duermen, pasando por el fantasma de algún antiguo inquilino, que ha decidido despertar esta noche.
¿Qué hago, despierto a Jorge? Como no sea nada va a decir que soy una paranoica, pero y ¿si hay alguien?.
Toma una decisión, dos en realidad, levantarse e ir a mirar al salón, y dejar de ver Cuarto Milenio. No nos engañemos, eso no lo va a dejar de hacer nunca, ¡la encanta!.

Sale de la cama, procurando no hacer ningún ruido, confía en que ninguna articulación la traicione, decidiendo crujir en el momento mas inoportuno. Parece que estamos de suerte. Se encamina despacio hasta el salón, donde sigue oyendo leves ruidos, diría que suenan susurros, e incluso como si alguien estuviera removiendo el café.
La puerta está entreabierta, y por el hueco que deja con la pared, asoma la tenue luz de una vela, no la sorprende, ya que para dar mas magia a la noche, había acordado con Jorge que dejarían una vela encendida junto a la leche y las galletas para los Reyes. Las cosas si se hacen, se hacen bien.
Se tumba en el suelo, ha pensado que ese será el mejor ángulo para asomarse sin ser vista. Inspira y espira lentamente, tal como ha aprendido a hacer en sus clases de yoga. Una vez que ha conseguido controlar un poco las pulsaciones, se arma de valor y se asoma, lo justo para intentar ver, sin ser vista.

Lo que ve, hace que su cabeza le de vueltas. Cierra los ojos fuertemente, como si con eso pudiera resetear su cerebro, que claramente, la está jugando una mala pasada. Cuando los vuelve a abrir, la imagen que ve es la misma. Melchor, Gaspar y Baltasar, están sentados en su sofá, mojando en el Cola Cao las galletas de chocolate que les han dejado. Y eso no es todo, detrás de ellos, por el ventanal que da a la terraza, se ve a los camellos, cargados de regalos.
Paula no sale de su asombro, los Reyes Magos, en su salón, comiendo galletas y charlando entre ellos. Aguza el oído, tratando de escuchar lo que dicen, pero aunque percibe los susurros, no entiende el idioma en el que hablan, ni siquiera le suena haberlo escuchado nunca, en su cabeza rápidamente se forma la idea de que suena a una lengua muy antigua y ya olvidada.
No puede dejar de mirar, se siente hechizada por la magia que desprenden esos tres ancianos. Les observa mientras se acaban la leche, con gesto de satisfacción, y se limpian de las barbas, las miguitas de las galletas. Gaspar dice algo, a lo que los otros dos asienten, y acto seguido, se levantan y se encaminan lentamente hacia la puerta de la terraza, como si no tuvieran prisa, como si tuvieran todo el tiempo del mundo para cumplir con su labor. Sus movimientos son suaves, como si mas que andar se deslizaran. Al llegar a la puerta, los tres se giran hacía ella. Paula se queda paralizada, no solo la han visto, es que además, por las miradas de los tres entiende que han sabido todo el rato que estaba allí. La sonríen y sus sonrisas la llenan de calidez. Melchor se lleva el dedo índice a los labios, mientras la guiña un ojo.-Chssss.-Se escucha.
Los tres salen por la puerta y unos instantes después, les ve alejarse hacía el cielo, montados en sus camellos.

-Mami, mami, mami!!!, Despierta! Tenemos que ir a ver los regalos!!!.-Paula abre los ojos y se da cuenta de que anoche, se quedó dormida en la cama de Alex. Sonrie para si misma, vaya sueñecito que acaba de tener. Abraza a su hijo, que la mira ilusionado.
-Venga cariño, vamos a ver que nos han dejado los Reyes!

Alex sale corriendo por el pasillo, mientras Paula le sigue, apurando los recuerdos del sueño de la noche anterior. Al llegar al salón, se encuentran a Jorge, sentado en el sofá. Paula le da un beso y se fija en que el platito de las galletas está vacio y las tazas de leche están vacias
-Vaya festín te has dado.-Le dice. Jorge, la mira extrañado.
Mientras tanto, Alex está como loco, rompiendo el papel de todos los regalos que se cruzan en su camino. Grita y salta como loco cuando descubre la cocinita. Paula y Jorge se acurrucan en el sofá, sonriendo feliz, viendo la alegría desbordada de su hijo.
-¿Cuándo has comprado los regalos de la terraza.-La susurra Jorge al oído. Paula no tiene ni idea de que la está hablando, pero una extraña sensación empieza a invadirla. 
Se dirije a la terraza, y allí, en el rincón del fondo, ve tres regalos, bellamente envueltos, cada uno con un nombre escrito en él, Alex, Jorge y Paula. Ésta toma en sus manos el paquete que lleva su nombre, lo observa un instante y con manos temblorosas, abre la tarjeta que de él cuelga. Al leerla, tiene que sentarse en el suelo, para evitar caerse. El corazón está a punto de salírsele de la boca.

En la tarjeta, con unas preciosas letras de caligrafía, está escrito:

“Nunca dejes de creer. M. G. B.”